viernes, 26 de diciembre de 2008

Cuento de nochebuena

No, señor, aquí no puede aparcar, va a venir ahora mi hijo de Madrid. Y el conductor, deshecho su orgullo ante aquel cuerpo arrugado, encorvado, dio marcha atrás y salió del espacio que ocupaba la anciana. Llevaba allí ya una hora y este era el séptimo o el octavo conductor que intentaba, sin conseguirlo, aparcar ahí su coche. Menos mal que nadie se ha negado a irse, pensaba Amparo. No es fácil aparcar en este barrio, o al menos no lo era antes. Y este sitio, delante de la puerta de casa…Caían pequeñas gotas de lluvia, pero ella llevaba puesto un gorro, por lo que su cabeza no se mojaba. Tampoco sus pies, el lugar por donde se cogen los catarros, le había dicho siempre su ya fallecido tío Gabriel. Antes de salir de casa corriendo al ver por su ventana el sitio vacío, había tenido tiempo de calzarse con esos zapatos de cuero que con tanto esmero desempolvaba cada nochebuena. Alguna vecina la preguntaba, a veces, que porque tan sólo los utilizaba aquel día. Ella solía no contestar, o sonreírlas, sin más, diciendo que así no se estropearían nunca. Pero en su interior pensaba que, de algún modo, hay prendas que son más para sentirlas que para vestirlas, y que cada vez que se viste una con ellas algo se desgarra, como cuando con treinta años se veía obligada a comer las tartas en forma de corazón que su hijo la llevaba preparadas del colegio.
Y allí, mientras esperaba en la calle, miraba las ventanas pensando en la imperfecta distribución de luces y ruidos que hay en esas noches, pensando también en los coches, cada vez más escasos, que circulaban frente a ella: ¿A dónde irán estos hoy? Y uno de ellos tenía que ser su hijo. Había dejado ya de llover, por lo que se deshizo de su sombrero guardándolo en uno de los bolsillos de su bata. La dolía ligeramente la espalda, menos de lo que debería dolerla, pues últimamente cada vez que iba a hacer la compra tenía que pedir al simpático encargado del mercado que se la llevara a casa. Un día le enseñaré a hacerla por Internet, le había dicho él. Y pensando aquello sonrió por un momento. Pero hacía frío, así que acercó los pliegues de su bata al cuello. Miró y vio un coche que se acercaba a lo lejos. Sintió un profundo nerviosismo, unido a un ímpetu tal que le hizo acercarse al borde la carretera para ver más de frente aquellas luces cegadoras. Pensó en lo feliz que sería si aquel fuera su hijo. Y en que sino fuera así, aun le tocaría pasar un rato más envuelta en aquel insoportable frío.
- Perdone, ¿me deja aparcar?, dijo una voz dentro del coche.

9 comentarios:

  1. Las calles pares bajaban hasta el mar, las impares subían hasta el castillo. Esta vez tomó la primera por incercia y se entretuvo en un semáforo. La radio repetía una y otra vez las combinaciones de la lotería. Es raro que llueva en diciembre pero aquella tarde de noche cerrada hacía un tiempo de perros en la ciudad. Miraba como los pueblerinos habían llegado a la capital para ultimar sus compras navideñas. Menos mal que él ya llevaba el maletero lleno de ropa de abrigo y de regalos para los sobrinos. Este año, había invertido la paga doble de Navidad en dos juguetes impronunciables, tres novelas de laboratorio y un jamón ibérico para su madre. Era la enésima vuelta que daba a su manzana, estaba malhumorado por el largo viaje y por la la lluvia pero contento por la cálida rutina navideña que le aguardaba en su casa de siempre. Giro en la rotonda del centro comercial y enfiló de nuevo su calle, sorteó un par de coches en doble fila que increpaban a una vieja en bata que esperaba a pie de calle. Aminoró el paso y bajo la ventanilla para saludar a su madre. "No señor, aquí no puede aparcar, va a venir ahora mi hijo de Madrid". Metió la primera marcha al tiempo que sus recuerdos se encogían para implosionar sobre el asfalto. Arrancó el coche y esta vez tomó la primera calle que se cruzó en su camino. Todavía quedaba mucho tiempo para la cena y no le importaba seguir dando vueltas si al fin en una de ellas mamá le reconocía.

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  2. Que bonito...A la vuelta os hago administradores a los tres y a quien se apunte.
    Un abrazo y feliz año, amigazo.

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  3. (esto no es un texto):
    Vas a fliparlo, pero una vez me pasó algo parecido y casi me pegan...por guardar un sitio. Será que como tengo pinta de yonki no me hicieron nada, solamente me dijeron : esto no se puede hacer. Esta vez pase, pero la próxima vez que lo hagas te lo quito...(gran amenaza)

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  4. Después de este comentario tal vez empiece a llamarte Pepe el gorrilla.

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  5. Romance del SER (Servicio de Estacionamiento Regulado): (Homenaje a García Lorca)

    Tuvo que ser en Nochebuena,
    porque es el tiempo en que vuelve todo
    (incluso Nietzsche y el sabor a chorizo de ayer del cocido).
    Por ello, la lluvia siempre le ha parecido
    el reencuentro de las lágrimas con la pena.

    Amparo no tenía ídem ninguno
    más que un sitio libre para un vehículo
    de hijo huérfano pero
    con ocho auto-pretendientes
    (ocho coches: cochocho)
    Se mojaba con su gorro ridículo
    y sus zapatos de cuero
    bajo la lluvia, valiente.

    A la espera de lo inesperado
    de ganar la lotería
    con un número inexistente
    Acabar con la agonía
    de la llegada del pariente
    que será bien recibido
    no como los invasores
    los del sitio (aparcamiento e hipermercado)
    de la capital y del centro comercial.

    Cuando desde aquella rotonda
    se acerca otro extraño
    tendrá que poner buena cara
    sus años
    incrementar
    y con voz arrugada decir
    (cuando el coche se para):
    “No señor, aquí
    no se puede aparcar
    va a venir
    ahora mi hijo de Madrid”
    que podría ser un hijo de puta
    salvando a la señora Amparo, decente,
    porque tantos que paran y preguntan
    podrían ser clientes
    para la chismosa vecindad
    el día antes de Navidad
    que encuentra en la anciana
    una trabajadora de la rama
    de las de cama
    fogosa y ardiente
    a pesar de sus canas.

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  6. Fue aquel gordinflón saturado de acné del Mercadona quien le enseñó a husmear en eso que llaman feisbuc para encontrar la cara del haragán; el mantecoso cajero hizo un par de manejos y le enseñó ese infame “blog” donde su Manolete y esos esbirros suyos no tenían reparos en hacer chanza de una pobre vieja o mancillar el nombre de un noble teólogo danés. Y fue aquella bendita tertulia en la que se hablaba de la desmembración de España la que le sacó de encima esa enfermedad descrita por un médico alemán... ¿cómo se llamaba?...

    Fue, en fin, recordar aquellos disparatados relatos sobre Nochebuena que había leído en el intelné, encajar las piezas y recibir en su mollera la imagen nítida del seatibiza fucsia casi pisándole las pantuflas; de aquel desgreñado insolente que se apeó del cacharro, la hizo subir a casa a gritos de “¡mamá, mamá!” y, una vez sentado en el lugar favorito de su maridoqueenpazdescanse tuvo la insolencia de insinuar que era un tal Juankar quien arengaba desde la tele, que aquel sosón había usurpado el puesto del Caudillo... Pudo ver cómo se ponía tibio zampando pavo, cómo pretendía que el alzheimer hace confundir el jamón serrano con el de bellota, ¡ese tontorrón capitalino que se pasaba las horas en el futbolín y que ahora se las daba de literato!, ay, no había cambiado desde que le endilgaba esas repugnantes magdalenas mojadas en el té...no, no era eso...eran aquellos pasteles cursis que le dejaban la diabetes más alta que el precio de la merluza... ¡ay!, quién le mandaría a ella escatimar con los condones...en fin, cría ojos, que te sacarán los cuervos... ¡bien sabía ella que lo que el muy mangante pretendía era heredar sus terruños a base de lisonjas navideñas!

    No se iba a burlar ese año por segunda vez de una anciana madre, no señor. Sólo tuvo que timbrar a esa vecina suya de vida alegre, de cama ardiente y fogosa, que decía un tal Gert, quien por unos pocos ecus accedió a guardar el aparcamiento del indeseable zagal en su lugar. Bien pudo ver cómo se detenía el horrísono cachivache, cómo este año no necesitaba de vueltas alrededor de la manzana para detenerse ante su vecina, la Loli. Pudo ver su jeto insolente asomándose hacia los favores lúmicos; vio con satisfacción la trayectoria del empalagoso proyectil, su ¡plaf! y los churretones de la nata rebosando del corazón que se estrelló en su plena cabezota.

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  7. Lo mismo digo, kierkegardianos! Una idea y unos textos estupendos. (Y gracias por los préstamos que me he permitido introducir; espero que no haya copyright, jeje) Feliz año y esas babosadas que se dicen!

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